Oscar Marín Castillo.

Materialmente veníamos volando Paulino y yo, debido a que ya se nos había hecho tarde para la inauguración de la galería “Juan Rulfo” que iniciaba la librería “La Puerta”, en Guadalajara, Jalisco, más o menos en el ya lejano 1985. Esa noche se presentaba el libro de Dante Medina “Léérere (manual para hisponoandantes)”, anunciado como Premio Internacional “Juan Rulfo”, en España.

Nosotros íbamos para hablar con el laureado escritor, pretendiendo publicarle la novela en la pequeña editorial independiente “seis en punto”, y que ya habíamos publicado al conocido poeta jalisciense, y gran amigo, Arturo Suárez (“Arduro Suáves”, q.e.p.d.) con su “Palabras debidas”.

Abordamos un taxi en el centro de la ciudad con rumbo a “La Puerta”. Nos apeamos y al llegar a la entrada de la librería, notamos que todo estaba en penumbras, y que las voces provenían del fondo, presumiblemente la galería recién aperturada.

Avanzamos a tientas, tratando de sortear el laberinto de mesas llenas pero acomodadas de libros. De pronto, una puerta se abrió al fondo y dejó entrever, a contraluz, la figura de una persona alta que, como nosotros, buscaba el camino adecuado en el laberinto y que, a diferencia de nosotros que queríamos entrar, él buscaba la salida. Atrás, lo seguía otro varón, sin duda su acompañante.

Avanzamos en sentido contrario, ambos pares (de personas que no de iguales, digo). Cuando nos aproximamos, nos hicimos a un lado en el pequeño espacio de la senda rodeada de libros, y nos hicimos aún más pequeños ante la excelsitud del personaje que se acercaba. Azorados vimos que la presencia correspondía a la de Juan Rulfo. Paulino alcanzó a balbucear (al menos así me pareció) “Buenas noches, Maestro”. El Maestro volteó, nos iluminó con su enorme mirada y replicó “Buenas noches, muchachos”. Yo quedé demudado, impactado ante la presencia de ese extraordinario escritor. No pude pronunciar una sola palabra, sólo seguí con la vista la figura encorvada que se desvanecía en la luminosidad, no sé si era la de la ciudad o era su propia luz.

Después de esta visión, continuamos rumbo al recinto para escuchar a Dante Medina que proseguía con su lectura (por cierto, tuvimos la anuencia para publicar la obra pero no fue posible por cuestiones domésticas, o sea, problemas económicos).

Lo que no sabíamos ni imaginamos, Paulino y yo, es que esa noche también estaría en la inauguración de ese pabellón que llevaría su nombre, el Maestro Juan Nepomuceno Carlos Pérez Rulfo Vizcaíno o como se le conoce, simple y llanamente, Juan Rulfo (16 mayo 1917 – 07 enero 1986).

Todo esto lo traigo a colación como un pequeño tributo a este gran hombre y debido a que este 2017 se cumple el primer centenario de su nacimiento.